.Palabras de presentación de Enrique.Procházka a "Lecciones De Origami",.1º de Diciembre de 2006.
Buenas noches.
* Estadísticamente hablando, todos los seres vivos son verdes.
* Estadísticamente hablando, todos los animales son insectos.
* Estadísticamente hablando la mayor parte de los animales vuela.
* Incluso la mayor parte de los vertebrados vuela.
* Sorprendentemente, la mayor parte de los mamíferos vuela.
* Estadísticamente hablando, todos los libros que hay y que ha habido son malos.
* La mayor parte de los libros que se publican son además estúpidos.
* Augusto Effio no es verde, no vuela pese a ser vertebrado, y su libro no es ni malo ni estúpido.
Sería, pues, conveniente elucidar estas varias excepciones e improbabilidades estadísticas que Effio ha acumulado en torno de sí. Claro que para saber bien por qué no es verde ni tiene seis patas ni vuela ni ha escrito un mal libro se requeriría, además de profesionales estadísticos, el concurso de cromatógrafos, entomólogos, críticos literarios, y según parecía reclamar días atrás Iván Thays, incluso de platillólogos y expertos en Cientología, o por lo menos un filósofo hábil en explicar misterios. Cito de su blog Moleskine:
"
Ojalá en la presentación Enrique explique cómo es posible que alguien observe a los humanos durante mucho más tiempo del que su edad le permite. Conociendo a Enrique sé que debe haber una interesante explicación filosófica o mística, pero por aquello de 'observar a los humanos' a mí me sonó a ovnis, Sixto Paz y Tom Cruise".
Sin ánimo de causar desinterés, debo decirle a Iván y a nuestro público de esta noche que no hay necesidad de recurrir a explicaciones filosóficas o místicas para lo que dije. Basta leer bien. La solapa del libro
NO dice: "que su edad le permite" (como equivoca la cita Iván, aunque la transcribe textual a sólo sesenta y cinco palabras de distancia) sino que reza, como podrán comprobar todos Uds. al comprar el libro a la salida: "que su edad
debería haberle concedido". Mi afirmación en condicional asume (de hecho, propone) que un individuo humano, en particular uno joven, sólo puede dedicar a la observación de los demás individuos humanos y de las complejidades de su interacción una porción determinada, y reducida, de sus horas de vigilia. Desde luego que podemos discutir acerca de la magnitud de este porcentaje, pero presumiré que estamos de acuerdo en que por lo general un escritor joven que destaca lo hace por características de su trabajo menos vinculadas a la paciencia de observador o a la agudeza con la que establece vínculos entre estas observaciones (es más frecuente, digamos, que los jóvenes que destacan lo hagan por el brillo poético, por lo escarnecido de su malditismo, o por una feliz combinación de ambos).
Así, lo que me ha llamado la atención en la narrativa de Augusto es que escribe desde la estancia de un observador que ha acumulado larga experiencia en el oficio de observar a los humanos, experiencia más prolongada, pues, de que la su edad -basándonos en las presunciones anteriores- "
debería haberle concedido". Insisto en que para explicarlo no hace falta recurrir al misterio, a los ovnis, a mi excolega Sixto Paz -después les explico- ni a la Cientología de L. Ron Hubbard tan exitosamente vendida a crédulos privados de sistema inmuno-intelectual como Tom Cruise.
Pero Thays no es el único
blogger que se ha interesado en la presentación de esta noche. En su reputado blog PUENTE AÉREO, Gustavo Faverón posteó días atrás un comentario en el que protesta que en una ocasión mi comentario fue más largo que su cuento, y me califica de "lector inmisericorde". Augusto sin duda tendrá una opinión al respecto, pero debo decir en mi defensa que cuando hice a Faverón las observaciones que tan minuciosamente recuerda -por ejemplo, el asunto de los huesos de melocotón que objeté en su relato- tenía mucho más tiempo para fastidiar a los demás, de modo que probablemente fui excesivamente puntilloso con su texto, que, como admite finalmente Gustavo, pues, sí me gustó. Espero que Augusto comparta con Faverón la franqueza de hacerme saber, ahora o más adelante, si mis observaciones, subrayados y tachaduras en su manuscrito fueron excesivos o faltos de misericordia. Obra en su favor el hecho de que por entonces mi ritmo de trabajo era, entonces sí, inmisericorde, y Augusto tuvo que enviarme el texto más de una vez, y creo que no le fue fácil obtener de mí los escasos comentarios que finalmente produje.
Pero bueno: al parecer no contamos esta noche en la mesa con Farid Matuk ni alguno de sus colegas estadísticos, que bien podrían explicarnos las sorprendentes verdades que se pueden construir con números, ni tenemos tampoco el concurso de cromatógrafos ni entomólogos, ni tampoco nos acompaña Sixto Paz, a menos que se encuentre ocupando un cuerpo ajeno. Seguramente habrá algún crítico literario pero no soy yo; y ya mencioné que no confío en mi habilidad, filosófica o no, para explicar misterios, de manera que eso nos deja bastante a solas con el autor y su público. Que es, finalmente, de lo que se trata esta presentación. De modo que hagamos a un lado misterios y melocotones, y volvamos al autor y a su texto a la luz de lo que sabemos de él.
Para escribir como escribe Augusto Effio, propongo, bastará contar con dos elementos reunidos en una misma persona; por un lado, con un lector aprovechado. Pues una manera de expandir el tiempo disponible para la experiencia personal es, sin duda, nutrirlo de la experiencia ajena, que mejor que la expresada por autores en libros que no me propongo imaginar aquí. Esto, debido a que yo no pretendo saber lo suficiente de literatura como para identificar las lecturas de Effio; dejemos esa como una oportunidad para que los críticos ejerzan sus preferencias y prejuicios y cometan las divertidas imprecisiones y rutilantes excesos que constituyen buena parte de su oficio. Sólo puedo inferir que estas lecturas han sido muchas y tempranas, además de agudas.
Haré un paréntesis aquí para anotar que, en un lúcido correo electrónico que recibí de él hace algún tiempo, Fernando Iwasaki reflexionaba que, después de todo,
para escribir bien, bastante haber leído bien; y que, sin embargo, ése no era el propósito de quien se atreve a escribir un buen libro de ficción. Que contar por contar, con un lenguaje medianamente eficaz, no lo es ni debe serlo todo. Quizá aludía Iwasaki a esta relativamente reciente distinción que se está haciendo entre “narradores” y “escritores”. Si no la he entendido del todo mal: el
narrador se concentra en la historia que cuenta, y emplea el lenguaje con esa “mediana eficacia” que vemos es mucha de la narrativa peruana actual, incluso en algunos libros premiados. Lo que importa a estos autores sería, únicamente, contar. Se supone, en cambio, que un
escritor es un animal diferente. Para él el lenguaje no es sólo una herramienta, es un fin en sí mismo. Pienso en
La Muerte de Virgilio, de Hermann Broch; es, en esencia, un largísimo poema que incidentalmente es también una novela. Cuidar el lenguaje, para un escritor, no es algo que se deja para después, para el trabajo al lado del corrector –a veces, vergonzosamente, solo
del corrector. Cuidar el lenguaje es el primer paso, y la sintaxis de la primera frase que uno describe afecta también todo lo que se va a contar a continuación. Y especulo sobre otra diferencia: el narrador empieza a escribir por el principio, la historia, como dicen, se le escribe sola, y termina con el final. Al contrario, el escritor, apuesto, sufre con cada ladrillo de su arquitectura, lo quita de aquí y lo recoloca allá innumerables veces. Tal ha sido, al menos mi experiencia, y presumo que la de Augusto no se aleja demasiado de esta constatación personal.
De manera que las buenas lecturas de Augusto no son suficientes para explicar las bondades de lo que tenemos aquí; el cuadro solo se completará con el esfuerzo visible de un escritor joven que sabe de lo que habla, que –insisto en lo que digo en la contratapa- ha venido observando la colmena humana durante porciones de su días y años que deben, pues, superar el promedio de lo que los demás solemos dedicar a dichos asuntos.
He mencionado que la mayor parte de los mamíferos vuela. Esto es verdad debido a que
la mayor parte de los mamíferos son murciélagos. Solo en una cueva en Texas hay treinta y cinco mil millones, que se tiene por la mayor muchedumbre de mamíferos del planeta. La segunda es sin duda el Distrito Federal de Ciudad de México. Pues bien, de cara a la ruda clasificación que acabo de comentar, Augusto Effio en un
narrador, en el mismo sentido en el que un murciélago es un pájaro.
Lo parecen, puesto que el uno vuela y el otro escribe concentrándose de manera visible en el relato de una trama interesante: pero no nos engañemos, si se los observa con atención suficiente se descubrirá que, en cada caso, al composición interna, la distribución de órganos y facultades, revelan que el murciélago no es un ave, y que Effio también es una cosa distinta, es probablemente un escritor.
Desde hace algún tiempo, escuchando sus conversaciones y opiniones vertidas en blogs y entrevistas, vengo sospechando que los escritores de ficciones literarias, en particular los jóvenes (bueno, los que son mas jóvenes que yo) sólo leen… ficciones literarias. Nunca mencionan, entre sus lecturas, nada que no sea ficción. (Supondré que también leen SOMOS los unos, e IDENTIDADES los otros, pero no sé si eso cuenta como no-ficción.) Podemos especular sobre las causas: puede deberse a un sesgo en las entrevistas, o a la atmósfera a veces sabihonda, afín al concurso “Los Que Más Saben” que inspiran sus discusiones en Internet. Pero lo que me llama la atención son los resultados. Sus discursos –sus cuentos, sus novelas- son, casi exclusivamente, metaliterarios. Es decir (como decíamos antes de la avalancha posmoderna) librescos.
Hacer discursos acerca del mundo (vale decir, lecciones: no olvidemos que "
lecciones" significa, en primer lugar, lecturas: inteligencia de textos, y es en ese sentido que he querido leer el título del libro de Augusto...) hacer discursos, decía, es una característica tanto de la ciencia como del periodismo, y que se expresa en informes, reportajes, notas, artículos científicos, ensayos de divulgación, noticias, mapas, etcétera. Son discursos directos, ya digo, acerca del mundo. En un paso siguiente pueden ser indirectos, es decir, discursos acerca de discursos acerca del mundo. Metalibrescos, quizá.
Pero nuestros jóvenes escritores, a juzgar por sus lecturas preferidas -si no únicas- están haciendo
discursos acerca de discursos ficticios acerca del mundo. No creo que sea del todo malo que esto los aleje de la realidad; después de todo aquella es también una bienvenida función de la literatura. Pero sí juzgo que esta exclusividad o restricción de lecturas empobrece sus discursos, al hacerlos
a ellos -estadísticamente hablando, digamos- ignorantes. No leer nada sino literatura puede conducir a escribir sólo literatura sobre nada.
Por lo que he leído de él, por lo que sé de él -habiendo tenido ocasión de trabajar a su lado algunos temas legales en el Ministerio de Educación- Augusto Effio está en posición y capacidad -ignoro si en voluntad- de hacer lo otro. Juzgo que un elemento importante en este proceso es precisamente ese anclaje profesional en la realidad, ese burocrático mirar y procesar expedientes que tan infernal parece a todos los escritores desde Kafka, y que está tan efectivamente transmitida -con cariño, diré- en unas líneas de
Lecciones de Origami: (...) Como burócrata, no puedo sino compartir el horror y el cariño por el oficio que, complejamente, transmite Augusto en esta página.
Augusto Effio, que no vuela ni es verde, se ha atrevido a escribir este libro interesante y valioso, y los amigos de Editorial Matalamanga se han atrevido a publicarlo. Creo que todos estos mamíferos merecen nuestra felicitación por lo que han logrado. Finalmente, ¿por qué publicar un libro cualquiera? Si el arte es -en la mejor definición que conozco-
turbulencia contenida en una forma, uno escribe porque le provoca imponer una forma al mundo, bajo turbulencias que le son propias y a veces, privadas. Por mi parte, me he interesado mucho en qué forma es ésta que nos trae Effio, y estoy seguro de mantener ese interés en cómo evoluciona en el futuro.
Muchas gracias.